jueves, 7 de febrero de 2008

Plaza Llena









Cindy Regidor








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Era la primera vez que estaba ahí entre un mar de gente. Antes había estado en ese lugar contemplando una fuente bailarina de colores. Ahora la plaza parecía una feria de gitanos con caramancheles apiñados esperando a los visitantes. La fuente fue reemplazada por una plancha de concreto cuyo centro estaba adornado con un inmenso árbol navideño, igual de colorido que nuestra Primera Dama. El sol recién se ocultaba y la plaza lucía como hormiguero alborotado.


Unos hombres montaban parlantes y luces en un escenario que esperaba a los artistas que luego harían que por fin aquel gentío se congregara alrededor de él.


No había ahí, como en otros conciertos masivos, un lugar para los periodistas que cubren el evento. Sola, con mi libreta y la misión de esperar a ver lo que pasara. Me dirigí hacia un extremo de la tarima buscando un lugar más o menos limpio a un lado de la acera para sentarme. Nunca me sentí tan sola entre tanta gente.


Palomitas de maíz bañadas en lo que parecía ser mantequilla, raspados rosado chicha, gaseosas, agua en bolsitas celestes y hasta fritangas esperaban a los compradores. Empezaron a llegar mujeres y hombres con sus “marimbas” de chavalos. Una muchacha huesuda que aparentaba unos veintitantos años caminaba con siete chiquitos a su alrededor, más una panza que prometía ser pronto un octavo.


Algunos de los concurrentes parecían llegar del trabajo, pues algunas señoras lucían sus delantales adornados con cintas de colores y diamantitos plásticos. La gente seguía llegando, el espectáculo aún no daba inicio.


Ahí estaban los policías guardando el orden y la seguridad, también estaban varios hombres vistiendo unas bonitas camisetas celestes de cuello y botones con un vistoso logo. Lucían serios, como queriendo infundir respeto. Quizá miedo. Me dirigí hacia un señor camiseta celeste, achinado, piel morena y pelo lacio:


—Disculpe señor, ¿usted no sabe a qué hora va a salir Carlos Vives?


(Silencio, una mirada esquiva, no hay respuesta. Vuelvo a preguntar).


—Señor, ¿no sabe quién maneja el programa de la actividad?


Más silencio. Al final, se decide por negar con la cabeza para luego ignorar mi presencia.


Un cuarto para las seis de la tarde, tres encargados de la Cruz Roja llevaban a un chavalito careto y llorón con un raspón sangriento en su mano. Quince minutos después reencontré al mismo chavalito con la mano ya vendada, jugueteando y riendo como si nada. Policías, agentes y voluntarios mostraban caras largas, que yo supuse insinuaban el hastío de tener que trabajar en vísperas de Año Nuevo.


Con la música de fondo, los borrachos con ropas lodosas y rotas empezaron a bailar. Lucían alegres, perdidos en el limbo de la embriaguez, disfrutando del ritmo del reggae.


Muchos iban y venían, mientras un niño sentado en el suelo juntaba hojas de palma para luego hacer una primorosa flor o un grillo y obtener a cambio de ellos uno o dos córdobas. Al lado, un muchacho de ropas flojas, lentes oscuros y pañuelo en la cabeza pasó y escupió casi sobre las chinelas de hule del niño.


Después de casi una hora del ir y venir de gente, del alboroto de los vendedores y el estruendo de la música, por fin apareció el primer artista de varios. Aunque la plaza aún no lograba verse llena, los presentes nos reunimos para escuchar al caribeño de larga cabellera rasta que interpretaba Canción de Amor al ritmo de la música del jamaiquino Bob Marley.


La fiesta continuó, todavía faltaban los destellos celestiales de los juegos artificiales y el vallenato del artista principal de la noche, que cerrarían la velada en honor al año que se despedía para ya no volver. Y aunque el 2007 se fue, ahí quedaron los niños vendedores, los borrachitos danzantes y un inmenso rótulo rosado que decía: Año del Poder Ciudadano.

http://cronicas-urbanas.blogspot.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

no me gusta tu cronica. le falta sabor y final